miércoles, 31 de marzo de 2010

Equilibrio bizarro



Amanece, despierto en un petate, mi cuerpo es pequeño y adolezco completamente, mis manos arden por ampollas y cortadas, un grito dice el nombre que creo me pertenece. En la cocina de piso de tierra una mujer se encuentra en cuclillas acomodando maraña y algunos pequeños leños, preparando el fogón, calentando tortillas y frijoles.

-Corre le a ayudarle a tu pá, ahorita les echo un grito pa’que se vengan por su taco.

Al terminar su oración salí corriendo al campo, él, cortaba la hierba con machete o la arrancaba con sus manos de palma amarillenta. Veía gotas que recorrían su rostro dejándolas caer al suelo o algunas siendo recogidas en un movimiento de brazo. Sigo su ejemplo y copio su labor, me divierto al cortar la hierba y ser refrescado por la brisa, el olor recién cortado es tan suave y relajante. Después de un rato, con las llagas ya reventadas, sin alzar la cara, pronuncia una corta y significativa oración.

-Apura le pilcate pa’que ya nos vayamos a comer.

Sus palabras simples me motivaron junto con el gruñido de mis tripas y el cansancio del trabajo. Un sonido rompió el silencio natural, llamando por un taco, solté las herramientas y me volví con el viento como una débil hoja de papel marchando con voluntad y determinación por un objetivo.

Al terminar la comida, que tenía un sazón diferente a toda sensación que pudiera recordar, me invadió un profundo sueño, me senté sobre la tierra y pegué la frente a las rodillas. Alguien movió mi hombro para levantarme, la atmósfera era grisácea y oscurecía cada vez más, mi nariz fue atacada por más de una peste citadina a la que me acostumbre hasta perder el olfato, distinguiendo sólo entre pestilencia fuerte y la ciudad.

Las clases habían terminado, el mundo se movía parar morir en otro lugar, todo aquel que caminara en un compás distinto era un fuereño, el paso de la muchedumbre era rápido, sus ojos estaban marcados fuertemente de la desconfianza en el mundo, pronto asumí mi rol como parte de aquella vida. A pesar del constante murmullo de mil pasos, los ojos se posan sobre mi figura; son cerdos, perros y bestias humanas buscando carne, obsesivos hambrientos de poco cerebro.

En el metro: rostros feos, mujeres gordas, niños pequeños que lloraban y eran maltratados por sus cuidadores, me provocaban asfixia visual y olfativa. Sólo esperaba llegar a casa, refugiarme en tibias aguas, ser abrazada por cobijas y ser parte de la televisión.

Todo tiene una belleza tan bizarra, que me es atractivo todo, aunque a otros les sea grotesco, tomo el recorrido de la metrópolis una y otra vez, siempre diferente y tan igual con su hermosura. Los viejos y sus arrugas, cargando con la cercanía de la muerte aunque esta se cierne sobre todos sin discriminación; los vagabundos de harapos y engaños para ganar la vida son los abogados de la calle; las gordas: madres, trabajadoras o cualquier cosa que puede ser una, saturadas de colesterol, preocupadas por su figura sin cambiar hábitos; niños llenos de quejas, de curiosidad ,de hambre física y por el saber, hambre de vida que nunca saciaran talvez más de lo que ahora; jóvenes universitarios, preparatorianos o de secundaria que son el futuro del país: esclavos o semireyes, ladrones o robados, fracasados o campeones. El matiz de la ciudad no puede ser asqueroso, el equilibrio de oscuridad y luz es tan perfecto, pero no hay artista que logre plasmar la vida o posea los colores que yo puedo ver.

Ella no encaja, es horrible con sus caderas torneadas y pechos redondos, sus ojos claros e intentando fingir lo que otros albergan profundamente. Esta desesperada por un refugio, por escapar de los hedores que la rodean, su pestañeo es lento y evade las luces por las que debería de dar gracias. Ella no puede ser parte del cuadro, lo arruina completamente. Baja del metro, evitando el contacto con otros, voy tras ella. Corre pero no sabe que existo, el día suspira sus últimas centellas y los faros se encienden, pero no pueden protegerla. La rodea mi brazo como serpiente sobre su cuello amenazando con el blanco filo de la navaja.

-¡SHHH! Arruinas mi escena

El aire le faltaba, no cortaba su respiración pero ella no podía tomarlo. Su aroma me fue dulce, la estreche contra mí palpándola, jalándola lentamente a la oscuridad de un callejón, la golpee arrojándola al suelo, desgarre sus prendas y la penetre, antes de soltar un grito rompiendo el nudo de su garganta le cubrí la boca, haciendo que su lengua tocara las yemas de mis dedos.

Mire su cara y mi vieja cara agonizando de dolor, me excitaba con mis gemidos de placer y los suyos de desesperación, el miedo se transpiraba en el callejón, cerré mis ojos, aumentando la velocidad y presionando su pecho ahogando a mi mente en pensamientos y sensaciones que brotaban de mi ser, la sangre era tibia y sentía como comenzaba a retorcerse, era lo mejor.

Alabanzas sin llegar a elogio, estruendosas trompetas que no provocan ruido, mire y oí todo en armonía, el cielo azul brillante y en la nada completamente, círculos brillantes y de todas las gamas danzando perfectamente, y en ellos pequeños movimientos y así en estos infinitamente, recordé vagamente una sensación que se diluía en todo lo que veía, escuchaba y era, simplemente en todo.

-Soñé era humano

La voz se perdió en la eternidad, y no supo cuando comenzó o termino, retorno la paz del caos, la visión universal y la verdadera perfección de la concepción del mundo.

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