
El asesino sonriente, el bailarín de año nuevo,
el que saluda a los ángeles apocalípticos
al mirar el vacío en un tajo de medio león.
Un siete infinito del cielo atravesado
por el millar de navajas pestañeantes
en los cambios de lunáticas luces lunares,
en el beso impreso en papel el amor se perdió
en el tiempo como la oscura tinta derramada en mi sangre.
Él pasó tiempo al salto de la cuerda y tragó
buscando la llave en sorbos sabihondos
y, clavado sobre la lapida la fecha abstracta,
viene conmigo y la fiebre amarilla
al lugar de primates desterrados.
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